TRUMP: POLÍTICAMENTE INCORRECTO

Por: Dr. José Luis Arenas López

La guerra comercial ha comenzado. Ahora solo queda esperar dos escenarios: observar qué país resiste más esta guerra innecesaria o buscar la alianza entre los afectados contra un país tirano que, al final del día, necesita algo o mucho de todos estos países agredidos y golpeados. Es relevante mencionar que el pueblo de EE.UU. necesita cada vez más de los migrantes, de lo que se pueda suponer a simple vista. La mano de obra barata y de calidad mantiene parte de su economía en pie. Como dato relevante, en 2024 sumaron 63,6 millones de personas en calidad de migrantes y, con un PIB de 3,68 billones de dólares, la comunidad migrante, en su mayoría latina, se consolidó como motor económico y actor político clave en el desarrollo de EE.UU. La violencia, las amenazas y las decisiones ejercidas por el inquilino de la Casa Blanca pueden traer consecuencias negativas en el corto plazo, no solo para los migrantes, sino también para la economía del país vecino.

La actual política y amenaza de Trump de incrementar los aranceles a países como México, Canadá, China y, recientemente, a la Unión Europea, no es más que un desacierto de una estrategia económica basada en caprichos, arrebatos y una enorme necesidad de poder, por parte de quien dirige las riendas del gobierno norteamericano. Es muy probable que estas decisiones exploten en cualquier momento. Ante esto, podríamos citar un viejo proverbio: “La unión hace la fuerza”. En otras palabras, en este conflicto no habrá ganadores; todos los países involucrados perderán, pero la unión de los países afectados puede traer consecuencias aún más negativas para su comercio y consumo interno.

En un supuesto que podría convertirse en realidad, deberíamos preguntarnos: ¿qué resultados podrían darse si México se une a Groenlandia, Canadá, Panamá y la Unión Europea? Las respuestas son muchas, y todas ellas contrarias a las políticas de Trump. De inicio, si los países afectados aplicarán las mismas políticas de Trump a EE. UU., este perdería, en el corto plazo, 790 MMDD en comercio directo con Canadá, incluyendo 421 MMDD en importaciones. Canadá le suministra el 52 % del petróleo crudo importado, y su interrupción encarecería el costo de la gasolina hasta un 30 %, además de que también podría interrumpir el suministro de electricidad a ciudades clave del noreste y noroeste de EE.UU., políticas públicas que ya son reales con el incremento a las importaciones de EE. UU. a Canadá en un 25%. Por su lado, México genera 780 MMDD en comercio bilateral, entre los cuales se encuentra el 36 % de las autopartes usadas en la fabricación de vehículos. La reducción de este suministro podría costar el cierre de 500 mil empleos directos, reduciendo el PIB de EE.UU. es 130 MMDD. Por su parte, Panamá, y en específico el Canal, esencial para el comercio marítimo de EE.UU., podría elevar los costos de envío en un 25 %, lo que agregaría a sus egresos 48 MMDD anuales en costos de importación. Para el caso de Dinamarca y Groenlandia, son elementales para EE.UU. en el suministro de metales raros, cuyo flujo podría interrumpirse, afectando el desarrollo de tecnologías avanzadas y arrojando pérdidas de 6 000 MDD. La pregunta es: ¿EE. UU. ¿Podrá soportar este impacto?

Es muy claro: América Latina, Asia y Europa viven momentos críticos en la actualidad. La violencia mediática y las acciones de odio ejercidas por el recién llegado a la Casa Blanca pondrán de cabeza al mundo entero y, sin darse cuenta, a los mismos EE.UU.

El mundo ha cambiado drásticamente en las últimas tres décadas. No solo se trata de una evolución tecnológica: la política, el comercio, la educación, las formas de hacer negocios e incluso las formas de producir utilizando mano de obra multicultural han cambiado. Lo ilógico es que una persona en el mundo no lo haya notado. Las declaraciones de odio y las acciones inhumanas en contra del mundo nos acercan a un conflicto destructivo y quizás el último. Trump inició su campaña política agrediendo a México, Groenlandia y Canadá. Siguió con Brasil y Panamá; Después se arremetió contra Colombia y China, y continuó con la Unión Europea. Su intolerancia, su palabrería, su enorme sede de poder y su incansable odio hacia los latinos y la humanidad en general están expuestos.

Trump no es el líder más inteligente. Sus formas y modos de hacer las cosas son inquietantes. Su incapacidad de dimensionar los alcances de sus palabras y su retórica, que no se agota en el incorrecto entendido de una superioridad de Estado —ventaja de la cual EE. UU. no goza en este momento—, son preocupantes. Sus políticas públicas en impago siguen presentes, llegando al techo de gasto por año cada vez más pronto, situación que peligrosamente deja a EE.UU. con dos posibles negocios: la guerra y la salud.

Sin duda, Trump es un líder, pero no siempre decir “líder” significa ser el mejor. Existen líderes negativos, y este puede ser el caso. La personalidad de este presidente es muy obvia en todas sus facetas: el presidente de EE.UU. es un personaje narcisista cuyo pecado está en su necesidad de ser admirado y reconocido sin importar el impacto de sus palabras y decisiones. Trump no gobernará para un país; gobierna para sí mismo, en busca del halago y de una grandeza política imaginaria. Es un autoritario que no mide los alcances de sus discursos. Sus palabras, llenas de odio, no se cansan de insultar a México, a nuestros compatriotas ya nuestro gobierno. Es un hombre incapaz de negociar y, mucho menos, de conciliar. Es un personaje que no entiende que “gana, perdiendo”.

Por otra parte, tiene rasgos misóginos. Los comentarios recientes hacia nuestra presidenta dejan en descubierto el tipo de persona que es: calculador, frío y déspota. Sus comentarios hacia las mujeres, además del hecho de que las mira con humillación por encontrarse en un plano económico y social diferente, lo exhiben como un hombre machista sin reserva. A Trump no lo intimida la cultura ni el intelecto; solo, y muy si acaso, lo puede intimidar a alguien con más dinero que él, lo cual, en algún momento poco probable, podría respetar. Su arrogancia recae en el hecho de ser hombre, pero ser hombre implica valores, principios, ética y una moral muy alta. No se trata de quién grite más, quién infrinja más miedo o quién tenga la mirada más diabólica.

Otro rasgo del magnate es su megalomanía. Si ya es un defecto ser narcisista, su creencia de que el mundo gira a su alrededor y de que tiene el poder absoluto para cambiar la vida de toda persona, ya sea en su país o fuera de este, lo hace aún más peligroso. Sus alcances retóricos traspasan fronteras, creyendo que tiene la aceptación de su pueblo y el poder para decidir de manera espontánea e irresponsable el rumbo de una persona, grupo, comunidad o país, pasando por encima de quien tenga que pasar. Su exceso de grandeza y su carencia de humildad son claras cuando se trata del diálogo con la oposición, donde los maltratos, gritos y palabras humillantes son parte del repertorio del hoy inquilino de la Casa Blanca.

México no está al límite. Hoy, México debe estar más unido que nunca. Nos debemos felicitar de contar con una presidenta dispuesta al diálogo, medida y con propuestas de mejora; incapaz de caer en provocaciones que podrían afectar aún más al país o a nuestros compatriotas que viven en EE.UU. Las respuestas pueden ser muchas: imponer aranceles a las mercancías de EE.UU., deportar a los estadounidenses que viven ilegalmente en México, imponer visa a los estadounidenses, etc. La pregunta es: ¿serán correctas estas respuestas o solo agravarán aún más la relación con el país vecino? La realidad es que no se puede responder un golpe con otro. Por ello, apoyamos la estrategia de nuestra presidenta, quien busca la conciliación y la armonía entre vecinos.

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