El impacto de la IA en el aprendizaje
Por: Juan Manuel González Montiel
Para comenzar, quiero resaltar dos ejemplos: uno del ámbito empresarial, el segundo, del ámbito educativo.
El primer caso sucedió cuando una compañera contadora no lograba encontrar la forma de cómo resolver una formulación en un archivo de Excel. Si bien cuando acudió conmigo para apoyarse, sus ideas estaban bastante revueltas, en la conversación que tuvimos pude ayudar a identificar claramente los pasos que requería se resolvieran en su archivo. Una vez que llegamos ahí, le respondí que no tenía idea de cómo hacerlo, su cara fue de sorpresa puesto que tenía la idea de que “yo sabía mucho”. Le pedí que me diera unos minutos para ingresar la pregunta específica con un amigo; acto seguido, tomé mi teléfono y comencé a escribir a ChatGPT nuestra duda, especificando y detallando a muy alto nivel lo que deseábamos lograr, el tipo de información que se trabaja, en qué software estábamos trabajando y una muy clara explicación del resultado que la fórmula o solución deberían de mostrar.
Tras un par de segundos, ChatGPT arrojó una respuesta detallada y amplia, junto con una fórmula bastante larga y la explicación de lo que cada sección de la fórmula hacía; me detuve un poco a leer e ir comprendiendo la sintaxis; mientras lo hacía, copié el texto y le indiqué a mi compañera que colocará la fórmula en determinada celda. Mientras yo seguía leyendo, ella insertó la fórmula y funcionó, acto seguido con una sonrisa en el rostro expresó “¡listo, ya quedó! Muchas gracias”, cerró su computadora y se fue.
Todo sucedió tan rápido que no me dio tiempo de reaccionar ni comentarle nada; yo me encontraba averiguando cómo la combinación de fórmulas provocaba que llegáramos al resultado buscado; estaba intentando entender cómo se había estructurado la sintaxis por ChatGPT, de manera que después yo pudiese replicarla cuando fuera necesario, y al entenderlo, quería explicarlo a mi compañera para que ella supiera cómo usar las fórmulas involucradas.
Pero no fue así, mi compañera se retiró en el entendido de que su necesidad de tener un resultado correcto en una celda específica había sido suficiente para no demorar más sus otras actividades.
En el segundo ejemplo, dentro del ámbito educativo de posgrado, en un módulo asigné a los maestrantes a realizar algunas lecturas, y además observar algunos videos de pláticas TED. Para cada texto leído, deberían elaborar un reporte de lectura y para cada video, un ensayo.
Al revisar los trabajos, fue muy evidente para mí quién lo había hecho por su cuenta y quién no; aun así, con el voto de confianza, decidí dar una oportunidad de defender su punto de vista a un par de personas; durante la clase pedí que discutiéramos lo aprendido, y al cuestionar directamente a los sospechosos, ambos no pudieron mencionar datos, referencias, nombres de empresas e incluso nombres de libros que “citaron” en sus documentos, siendo que los reportes y ensayos tienen una longitud de dos cuartillas.
Ambos terminaron aceptando que se habían apoyado en inteligencias artificiales para el parafraseo de la lectura, y otro más para la transcripción del video, y posterior análisis. Para la elaboración de un ensayo, la inteligencia usada fue DeepSeek.
Estos son solo un par de ejemplos rescatados en las últimas dos semanas, donde la inteligencia artificial parece haber ayudado en la ejecución de tareas laborales y en la simplificación de labores académicas, pero en ambos casos, se ha hecho a costa del aprendizaje. El verdadero aprendizaje de comprender lo que la IA ha hecho se traduce en cómo poder adaptarlo a mi bagaje de conocimiento, logrando que la siguiente vez no dependa de la IA, sino que ahora yo posea un conocimiento mayor de algo aplicado y que permita entonces elevar mi nivel de conocimiento general, experiencia o sabiduría, como el lector le guste llamar.
La IA no la considero mala o buena, sino que depende del uso que le demos. Lamentablemente, parece ser común que le estamos asignando un uso más de entretenimiento que de productividad, y cuando lo usamos para mejorar algo, lo usamos con el sentido de hacer trampa, de quebrantar el sistema, creyendo que estoy siendo inteligente por hacerme más fácil la vida, pero en realidad me estoy haciendo más torpe.
Para clarificar esto, quiero resaltar cómo era manejar antes de la era del celular en las grandes ciudades. Sí o sí, debías pedir orientaciones, anticiparse, observar con detenimiento los letreros de ruta, en incluso en algunos casos, realizar la compra de mapas de ruta del lugar a donde fuéramos para conocer por dónde y cómo tomar cambios de ruta, para lograr llegar en el mejor tiempo, con el menor costo, etc.
Sin embargo, con la aparición de los teléfonos celulares y las aplicaciones de mapas, ha dejado de ser necesario prepararse. La propia aplicación ya te estima el tiempo de llegada, y se actualiza en caso de encontrar un retraso considerable en la ruta. Esto, ha propiciado que generaciones actuales que requieren trasladarse a lugares no habituales o fuera del estado, (me incluyo entre ellos), dependemos del uso de una aplicación para poder movernos, de lo contrario, el pánico se apodera de nosotros.
La IA es y debemos usarla como un potenciador de nuestros propios conocimientos y habilidades, no como un atajo, un truco, o un ayudante que me hace la vida más fácil. Un potenciador es aquello que provoca en nosotros que conozcamos, aprendamos o ejecutemos algo que antes desconocíamos o no dominábamos.
Mi mejor recomendación es usar las aplicaciones de IA como un maestro a la mano, alguien que me enseñe cómo hacerlo, no que me dé el resultado. En el ejemplo de la formulación para mi compañera, gracias a la respuesta que nos arrojó ChatGPT (y a que estudié durante algunos minutos la sintaxis) pude conocer el uso de una nueva fórmula que me hizo darme cuenta que podía simplificar el cálculo de otra empresa y del ámbito de la producción de una manera considerable. Corregí, o mejor dicho, actualicé los archivos de la otra empresa para que fueran más ágiles con el nuevo conocimiento que adquirí gracias a la duda de una compañera.
Para los casos como el del ámbito educativo, que también aplica en la parte laboral cuando pedimos que nos redacte un discurso, un correo, una carta, entre muchas otras cosas. La regla de oro es leer el contenido, y aunque la mayoría de personas lo hace, por lo general se omite el preguntarse: ¿así sueno cuando redacto algo?, ¿me hace sentido lo que está diciendo?, ¿hay alguna palabra, concepto, o dato que requiero validad porque lo desconozco?
Para el caso de mis alumnos en posgrado, el simple ejercicio de evidenciar que no habían ni siquiera leído el texto, generó un ambiente hostil; acto seguido, les permití algunos minutos a todos para que pudieran leer las dos páginas que habían entregado. Cuando terminaron, hice una pregunta específica de lo que el autor nos comparte en la idea central, esperando que uno de los 12 alumnos tuviera la respuesta. Al levantar la mano uno de ellos y responder parcialmente la pregunta, continué generando preguntas alrededor de la primera, forzando si lo queremos ver así, a que los maestrantes buscaran en sus textos la posible respuesta. Y lo importante radica en que, al no encontrar la respuesta en sus textos, debieron ir al original, y buscar dividirse el trabajo para encontrar la respuesta lo antes posible. Al hacerlo y uno de ellos indicar dónde estaba la respuesta, todos se dirigieron a leer para corroborar la información. Acto seguido, se generó un foro de discusión donde pudimos involucrar las experiencias personales y generar un ambiente donde la hostilidad desapareció y dio paso a experiencias de valor compartidas que incrementaron el conocimiento en cada uno de ellos.
El punto es que la IA no demeritó o eliminó el aprendizaje, sino que los métodos que elegimos para interactuar con esta son los que pueden provocar que nos volvamos una generación de zombis, en la que solo ingresamos datos a una aplicación, copiamos y pegamos la respuesta.
En el ejemplo de los alumnos, se orientó a seguir profundizando en el tema, hasta hacer ver a los miembros del grupo que no pueden quedarse con lo que queda por encima, sino que es válido verse inmerso nuevamente en la fuente para poder conocer algo nuevo.
En el ámbito laboral, las inteligencias artificiales no solo nos ayudan para funciones administrativas. En los últimos días, casos tan variados como el resolver un mantenimiento para un equipo, instalar un sistema checador, definir un método de balanceo de líneas y arranque de nuevo producto, complementar la redacción de un reglamento interno, mejorar la estrategia de marketing de una campaña en particular y diseñar nuevas y mejores evaluaciones de desempeño, son solo algunos de los ejemplos en los que la IA ha ayudado a compañeros y colegas a comprender mejor una problemática, su situación actual y aprender algo nuevo para actuar en consecuencia.
Las IA pueden ser nuestro tutor personalizado que nos llevará a ser mejor hoy de lo que éramos ayer; o pueden ser el amigo que nos dice que rompamos las reglas y nos pasa las respuestas de los exámenes. La parte crítica está en entender que la decisión de qué tipo de IA queremos que sean, está en nosotros.